
Según pasan los años
Los hombres griegos se casaban para asegurar la descendencia. Pero, como consideraban a las mujeres seres inferiores, reservaban el amor para los jóvenes varones, de entre 15 y 20 años. La sociedad romana era bastante permisiva. El poeta Ovidio escribió El arte de amar, suerte de manual erótico destinado tanto a hombres como a mujeres. Por el contrario, la Edad Media se caracterizó por las severas restricciones a la actividad sexual. En esta época nació el “amor cortés”, basado en la adoración platónica de la mujer y origen de los modernos galanteos, cortesía y caballerosidad. Con la consolidación de las monarquías europeas llegaría el tiempo de las intrigas palaciegas y las aventuras galantes de la ociosa nobleza que animaba las cortes. En contraste con esta vida lujuriosa, la ascendente burguesía se dedicó a cultivar una moral puritana y discreta. Finalmente, el siglo XIX vio llegar al Romanticismo, movimiento que se oponía a la racionalidad de la Ilustración y defendía lo instintivo, irracional, la pasión amorosa, consagrada en las novelas de Stendhal y Goethe.
La seducción
“Erotizar es revelar nuestra manera de buscar la felicidad y de jugar a vivir –asegura Boris Cyrulnik–. Si ella no erotiza como a mí me gusta, es porque no soy el compañero adecuado”. Cuando la chispa del cortejo se enciende, una multitud de pequeños detalles adquieren sentido: un gesto, los tonos de voz, el segundo en que un pliegue del vestido se adhiere un poco más al cuerpo de la chica. Todo genera atracción porque cada elemento está cargado de significado. Cultura, psiquis y bioquímica organizan la danza; los enamorados marcan los pasos sin siquiera saber que lo están haciendo. Hablan, pero las palabras apenas importan. Los signos no verbales toman la delantera. La distancia física se reduce, las miradas se encuentran, las pupilas se dilatan. Los neurotransmisores se activan y el cerebro descifra la sutil información que envían sustancias químicas como las feromonas (cuyo nombre podría traducirse como “comunicador de excitación”). Los deseos y ritmos corporales se sincronizan. La aventura apenas está por comenzar.
Los hombres griegos se casaban para asegurar la descendencia. Pero, como consideraban a las mujeres seres inferiores, reservaban el amor para los jóvenes varones, de entre 15 y 20 años. La sociedad romana era bastante permisiva. El poeta Ovidio escribió El arte de amar, suerte de manual erótico destinado tanto a hombres como a mujeres. Por el contrario, la Edad Media se caracterizó por las severas restricciones a la actividad sexual. En esta época nació el “amor cortés”, basado en la adoración platónica de la mujer y origen de los modernos galanteos, cortesía y caballerosidad. Con la consolidación de las monarquías europeas llegaría el tiempo de las intrigas palaciegas y las aventuras galantes de la ociosa nobleza que animaba las cortes. En contraste con esta vida lujuriosa, la ascendente burguesía se dedicó a cultivar una moral puritana y discreta. Finalmente, el siglo XIX vio llegar al Romanticismo, movimiento que se oponía a la racionalidad de la Ilustración y defendía lo instintivo, irracional, la pasión amorosa, consagrada en las novelas de Stendhal y Goethe.
La seducción
“Erotizar es revelar nuestra manera de buscar la felicidad y de jugar a vivir –asegura Boris Cyrulnik–. Si ella no erotiza como a mí me gusta, es porque no soy el compañero adecuado”. Cuando la chispa del cortejo se enciende, una multitud de pequeños detalles adquieren sentido: un gesto, los tonos de voz, el segundo en que un pliegue del vestido se adhiere un poco más al cuerpo de la chica. Todo genera atracción porque cada elemento está cargado de significado. Cultura, psiquis y bioquímica organizan la danza; los enamorados marcan los pasos sin siquiera saber que lo están haciendo. Hablan, pero las palabras apenas importan. Los signos no verbales toman la delantera. La distancia física se reduce, las miradas se encuentran, las pupilas se dilatan. Los neurotransmisores se activan y el cerebro descifra la sutil información que envían sustancias químicas como las feromonas (cuyo nombre podría traducirse como “comunicador de excitación”). Los deseos y ritmos corporales se sincronizan. La aventura apenas está por comenzar.
NOTA DE MÍ: mmm, es la tacuara de cupido.
concurdo con cirulnik, y lo hago extensivo al amor, si amamos locamente a alguien y no somos correspondidos, es posible, que en realidad no amemos locamente a alguien, es posible que sea algo más cercano al amr cortés o a la obsesión. saludos
ResponderEliminarDigo si y no a esta valioso aporte: la correspondencia en el amor puede generar tanto un trato de eterno o aparente cortejo, o una obsesión, en el mejor de los casos.
ResponderEliminarSin embargo, amor y locura son concomitantes, al criterio de esta humilde escriba, y si ya estamos amando, pronto llegará la desesperación y la locura, y bienvenidas sean...Porque como dijo BENEDETTI, si te salvas, entonces, no te quedes conmigo.
NOTA ACLARATORIA: Caigo en la cuenta que tanto la correspondecia amorosa, como el desencuentro, pueden provocar obsesión o trato 'cortés'. Cupido hace efectos contradictorios aunque complementarios. Yo misma creo ahora al responder, estar bajo sus influjos, por lo cual mi respuesta es ambigua.
ResponderEliminarTe recomiendo un artículo que comienza así:
ResponderEliminarEl amor es una construcción cultural y cada período histórico
ha desarrollado una concepción diferente sobre él y sobre los vínculos
entre matrimonio, amor y sexo (Barrón, Martínez-Íñigo, De
Paul y Yela, 1999; Yela, 2000, 2003).
Desde principios del siglo XIX surge una conexión entre los
conceptos de amor romántico, matrimonio y sexualidad que llega
hasta nuestros días (Barrón et al., 1999). A lo largo de las últimas
décadas en la cultura occidental esta relación se ha ido estrechando
cada vez más, llegando a considerarse que el amor romántico
es la razón fundamental para mantener relaciones matrimoniales y
que «estar enamorado /a» es la base fundamental para formar una
pareja y para permanecer en ella (Simpson, Campbell y Berscheid,
1986; Ubillos et al., 2001), de modo que esta forma de amor se hace
popular y normativa, el matrimonio aparece como elección personal
y el amor romántico y la satisfacción sexual deben lograrse
en el matrimonio (Barrón et al., 1999; Yela, 2003), en http://www.psiquiatria.com/articulos/psicologia/40535/?
Un beso
Yo estoy en todo de acuerdo con esos conceptos, mi estimada, es un poco historiar esta circunstancia cultural tan compleja y maravillosa como es la sexualidad... Adhiero al relativismo cultural, pero me pareció interesante el abordaje bioconductista, también. Gracias por tu aporte, y espero tus visitas
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