viernes, 6 de febrero de 2009

La vostramare

En su caudaloso naufragio, se había tragado dos buques mercantes, un acorazado y tres galeones. Los había arrojado a las arenas de Sidón y entre estruendos de anclas y estallido de bodegas, se fué hundiendo oceánicamente hasta naufragarse, tragarse, ahogarse...

Jamás consiguió más que una líquida elevación en pleamares, una pequeña concentración de moléculas en su caudal, pero nunca se acercó siquiera a la condición inefable de ser tierra.

Fué como algunas personas, que sabiendose enormes, oceánicas, envidian lo que está debajo, lo que todos pisan, rompen en terrones, abren su vientre para arbolarlo porque acaso sospechan que es allí donde está la vida.

Donde los seres vivos van a alimentar sus pasos, y la clorofila exuda aire para las tráqueas de los insectos insignificantes.

Necesitan no ser ellos, ser los otros: eso es la envidia.

2 comentarios:

  1. al principio de la entrada imaginé una gran boca, el final me lo confirmó, un gran abrazo

    ResponderEliminar
  2. Otro, sonoio. La gran boca, toda una metáfora.

    ResponderEliminar