viernes, 13 de febrero de 2009

El edén de Cifuz


Nada y Todo se reunían bajo el sol, para que el rubio Cifuz acercara los mildoscientos sentidos con que lo dotaron las diosas terrenales, rozara apenas el misterio y siguiera lo mas tranquilo, tocado de infinito...

jueves, 12 de febrero de 2009


Una noche cerrada
se detuvo el dificio
ante el látigo del mar.
Se concedió una tregua
y en versión reducida
fue´un aglomerado de almas
encuadradas
en cinco dados
atroz, como un juego de azar...
Y eligió ser una hoguera multiforme
las patas de las bestias
un laberitno con errores de diseño,
una eternidad de arena.
El edificio no exibió sus trofeos:
corazones, linfa roja,
arteriolas colapsadas;
y como si dios fuera Dios,
detuvo su tic tac
para que todo aquel que lo habitaba,
SEA UN INFIERNO COLATERAL DE SU PROPIO PLASMA.
A.B.I.

Según pasan los años


Según pasan los años
Los hombres griegos se casaban para asegurar la descendencia. Pero, como consideraban a las mujeres seres inferiores, reservaban el amor para los jóvenes varones, de entre 15 y 20 años. La sociedad romana era bastante permisiva. El poeta Ovidio escribió El arte de amar, suerte de manual erótico destinado tanto a hombres como a mujeres. Por el contrario, la Edad Media se caracterizó por las severas restricciones a la actividad sexual. En esta época nació el “amor cortés”, basado en la adoración platónica de la mujer y origen de los modernos galanteos, cortesía y caballerosidad. Con la consolidación de las monarquías europeas llegaría el tiempo de las intrigas palaciegas y las aventuras galantes de la ociosa nobleza que animaba las cortes. En contraste con esta vida lujuriosa, la ascendente burguesía se dedicó a cultivar una moral puritana y discreta. Finalmente, el siglo XIX vio llegar al Romanticismo, movimiento que se oponía a la racionalidad de la Ilustración y defendía lo instintivo, irracional, la pasión amorosa, consagrada en las novelas de Stendhal y Goethe.
La seducción
“Erotizar es revelar nuestra manera de buscar la felicidad y de jugar a vivir –asegura Boris Cyrulnik–. Si ella no erotiza como a mí me gusta, es porque no soy el compañero adecuado”. Cuando la chispa del cortejo se enciende, una multitud de pequeños detalles adquieren sentido: un gesto, los tonos de voz, el segundo en que un pliegue del vestido se adhiere un poco más al cuerpo de la chica. Todo genera atracción porque cada elemento está cargado de significado. Cultura, psiquis y bioquímica organizan la danza; los enamorados marcan los pasos sin siquiera saber que lo están haciendo. Hablan, pero las palabras apenas importan. Los signos no verbales toman la delantera. La distancia física se reduce, las miradas se encuentran, las pupilas se dilatan. Los neurotransmisores se activan y el cerebro descifra la sutil información que envían sustancias químicas como las feromonas (cuyo nombre podría traducirse como “comunicador de excitación”). Los deseos y ritmos corporales se sincronizan. La aventura apenas está por comenzar.
NOTA DE MÍ: mmm, es la tacuara de cupido.

martes, 10 de febrero de 2009

Peces de amor




La gente acostumbraba burlarse de los amantes que dormían solos, porque ellos buscaban un pez por su labilidad, temperatura, textura y colores variados...
Pero sobre todo porque los peces poseen la extraordinaria cualidad de no evadir las caricias de cardúmen de las cuatro aletas que desarrollan los amantes que duermen solos,
con las que acarician a su pez
el cual devuelve gustosamente las expresiones ictícolas de estas tristes criaturas terrícolas,
con roces lúbricos de esa piel tan tersa con que los dioses lo cubrieron...

lunes, 9 de febrero de 2009

La heladera es un objeto de guardar


Un hueso de dinosaurio se interpuso en el camino a la heladera,

el ciego tropezó

y si no hubiera sido por su bastón de anaconda adiestrada,

el pesado recuerdo de la casa en llamas

que guardaba celosamente sobre la heladera,


le partía la memoria en mil pedazos.
A.B.I.

viernes, 6 de febrero de 2009

Quiso ser tierra


Desde ese último naufragio en tierra, aquel mar de que les hablo, naufragado y solo, soñaba todo el tiempo ser llanura, encresparse como una cordillera, amarronarse en polvo, serenarse alto como una meseta, pero sobre todo y más que nada, sostener con firmeza aquella casita de techo blanco entre un jardín de violetas.

La vostramare

En su caudaloso naufragio, se había tragado dos buques mercantes, un acorazado y tres galeones. Los había arrojado a las arenas de Sidón y entre estruendos de anclas y estallido de bodegas, se fué hundiendo oceánicamente hasta naufragarse, tragarse, ahogarse...

Jamás consiguió más que una líquida elevación en pleamares, una pequeña concentración de moléculas en su caudal, pero nunca se acercó siquiera a la condición inefable de ser tierra.

Fué como algunas personas, que sabiendose enormes, oceánicas, envidian lo que está debajo, lo que todos pisan, rompen en terrones, abren su vientre para arbolarlo porque acaso sospechan que es allí donde está la vida.

Donde los seres vivos van a alimentar sus pasos, y la clorofila exuda aire para las tráqueas de los insectos insignificantes.

Necesitan no ser ellos, ser los otros: eso es la envidia.